Un artículo de agencias del mes pasado difundido en muchas páginas web de noticias, daba el dato de los créditos concedidos por las entidades financieras a las empresas en los seis primeros meses del año 2010, comparándolo con el mismo periodo del año anterior: una bajada del 30% (de 83.800 millones de euros a 58.430 millones). Muchos titulares entonces insistían en que el grifo seguía cerrado para las empresas.
Hace unos días, se ha sabido la morosidad de los créditos concedidos a familias y empresas del mes de julio, que ha vuelto a repuntar para alcanzar un 5,47% del importe total de los créditos. Hablamos de más de 100.000 millones de euros, un 10% más que lo que se registraba a finales del 2009, un 60% más que la morosidad de finales de 2008 y 6 veces más que el dato de finales de 2007.Los importes que entran en esta categoría son aquellos créditos que han dado lugar a 3 meses consecutivos de impago, lo que significa que existen también muchas familias y empresas que tienen serias dificultades, pero que no entran en la morosidad por no haber tenido 3 meses consecutivos de impago.
Es lógico pensar que el banco es uno de los últimos acreedores que una empresa deja de pagar cuando tiene problemas de liquidez. Preferirá atrasar pagos a proveedores antes de tener que impagar al banco, a sus empleados o al estado. No dispongo de datos de morosidad en saldos comerciales entre empresas (el crédito cliente es una práctica muy habitual en España), pero es evidente que se ha disparado de forma alarmante en los últimos dos años, muchas veces provocando un efecto dominó: un impago importante provoca un problema de liquidez a una empresa que no tenía problemas, y a su vez empieza a impagar.
He puesto estas dos noticias juntas porque ilustran perfectamente lo peliaguda que es la situación de las empresas en España hoy en día. Tienen mucha dificultad para acceder al crédito, y encima su tesorería se ven muy afectadas por los impagos de los clientes.
¿Qué se puede hacer? No hay un remedio milagroso, pero existen soluciones. Hay que tomar medidas para reducir la dependencia respecto al banco, y minimizar los morosos. Para lo primero, dos opciones : optimizar la tesorería de la empresa empleando sus recursos en lo fundamental, y buscar financiación fuera de los bancos (socios, capital riesgo, etc). Para lo segundo, es necesario aplicar una verdadera política de riesgo cliente.
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